El aumento de la convivencia, las expectativas, los conflictos por la crianza o la familia política hacen saltar por los aires muchas parejas en el periodo estival
Aunque la mayoría de las personas se pasan el invierno deseando que llegue el verano y las ansiadas vacaciones, para algunas parejas el periodo estival supone la sentencia final. Los estudios indican que se rompen en torno al 30% de las relaciones sentimentales y, como colofón, septiembre es el ‘mes de los divorcios’.
Según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), las separaciones ante el juzgado se producen sobre todo en el tercer trimestre y, en concreto en septiembre (cuando tienen lugar casi un 40%), justo después de agosto, que es un mes inhábil en los tribunales y tras un periodo en el que las parejas suelen aumentar la convivencia.
Y también notan más afluencia los centros de terapia de pareja. “En septiembre es cuando más trabajo tenemos”, indica Núria Jorba, directora de un centro especializado en crisis conyugales.
Los motivos
Los motivos de que muchas parejas ‘se tiren los trastos a la cabeza en verano’ son variados. Según Anna Colomer, experta en terapia de parejas, una de las razones tiene que ver con que muchos de los problemas relacionales que surgen durante el año quedan tapados por las urgencias rutinarias pero están latentes: “La convivencia del día a día, con el trabajo y los niños, no da pie a hablar de temas importantes de la pareja. Se van dejando conflictos no resueltos y, cuando llegan las vacaciones, explota todo”.
También influye, según apunta Raquel Hurtado, subdirectora de Sedra-Federación de Planificación Familiar, que durante las vacaciones se aumenta el tiempo de convivencia de la pareja “y pueden aparecer tensiones y cosas pasadas que afloran”.
Además, añade Jorbá, hay que “acordarlo todo”, como qué se visita, dónde se come y, en las parejas con hijos, como estos también están de vacaciones, “se puede acrecentar la tensión porque los padres ven que no tienen tiempo libre, por ejemplo ese rato en el que van a trabajar, comen con los compañeros, desaparece y eso también puede generar mucha frustración”.
Y otro factor de riesgo es si las vacaciones o parte de ellas se disfrutan junto a la familia política, en su casa en la playa o un entorno rural. En este caso, el que no está con su propia familia puede sentirse incómodo o cuestionado.
Las esperanzas
Además del aumento de la convivencia, influye que en las vacaciones se depositan muchas esperanzas y si no se cumplen, llega la frustración. “Nos pasamos el año pensando en que los problemas de pareja, por ejemplo, las discusiones o la falta de sexualidad, se van a resolver en un viaje maravilloso, pero si no se resuelven las cosas empeoran”, apunta Jorba.
Eso lleva a muchas personas a que en verano y con el inicio del nuevo curso, se planteen si realmente quieren seguir con su relación sentimental. “El verano para muchos es un tiempo de reflexión existencial, un proceso de introspección, donde te replanteas tu vida”, explica Hurtado.
A su vez, Roberto Sanz, psicólogo y sexólogo de la Fundación Sexpol, indica que en aquellas parejas en las que los problemas surgen por la falta de tiempo o la rutina diaria, las vacaciones suelen ser un periodo de calma y armonía. «Pero si el conflicto es más relacional, de formas de ser, de límites o de comunicación, eso no cambia y se agrava en las vacaciones”. “Por ejemplo, vienen personas a consulta que nos explican que ni de vacaciones se entienden con su pareja, porque son conscientes de que en situaciones de calma y ocio siguen teniendo conflictos”.
Las necesidades
A este respecto, Jorba añade que a veces cada miembro de la pareja “espera una cosa distinta” de las vacaciones, “las necesidades no se han acordado y son incompatibles”. Y, en otras ocasiones, al estar más tiempo con la otra persona y no solo una hora al día, después de trabajar, se dan cuenta de que ya no tienen “nada de lo que hablar o compartir”.
Por ello, antes de llegar al divorcio, muchas parejas acuden a terapia. Pero, en estas sesiones «no se salvan todos los matrimonios, algunos se acaban porque debían romperse”. “La terapia no es sinónimo de resolver todos sus conflictos pero es una herramienta importante para intentarlo”, indica Colomer.
La Asociación de Abogados de Familia (AEAFA) ha realizado un estudio que muestra que las causas más comunes de los divorcios son: el desgaste, alejamiento y la falta de comunicación al que lleva el estrés provocado por la crianza de los hijos y el trabajo; el desenamoramiento, las infidelidades y las dificultades económicas. También influyen las adicciones, la violencia de género -que se acrecienta en verano, que es uno de los periodos con más feminicidios-, la familia política, la irritabilidad y la dificultad para gestionar el surgimiento de enfermedades.
Paula Martín