El arzobispo de Mérida-Badajoz, Monseñor José Rodríguez Carballo, ha presidido esta mañana en la Catedral, la misa funeral por el eterno descanso del papa Francisco. El templo se ha llenado de fieles y sacerdotes, más de un centenario, que han concelebrado la eucaristía. También han ayudado a numerosas autoridades civiles y militares.
En su homilía, don José afirmaba que el Papa “murió como había deseado: en casa, el lunes de Pascua (que es igual que decir el domingo de Pascua), después de despedirse del mundo con la bendición Urbi et Orbi, abrazando y abrazado por la multitud de la Plaza de San Pedro, para ser luego enterrado al lado del Icono de la Virgen Salus Popoli Romani, tan querida por él”.
También resaló que “sostenido por la gracia resultó ser un Pastor con ´olor a oveja´, un Papá en medio de la gente, con un corazón grande como el mundo”.
El Arzobispo recordó que Francisco ha sido un hombre oración y recordó «que La vida cristiana, como la misma vida de la Iglesia, marcadas por la fragilidad, está puesta firmemente en manos del Señor. Si nosotros cristianos olvidamos esto, entonces buscaremos medios e instrumentos humanos para defendernos del mundo, encerrándonos en nuestros confortables y tranquilos oasis religiosos, o, por el contrario, nos adaptaremos a los vientos cambiantes de la mundanidad, dejando de ser luz y sal de la tierra». Al final de su homilía afirmaba que «el Evangelio, siguiendo a San Francisco de Asís, no era para el Papa una ideología, sino una forma de vida. Y es que Jesús no es una idea, sino una persona».
Finalmente pidió que no olvidemos orar por la Iglesia que se prepara para acoger a un nuevo sucesor del apóstol Pedro.
HOMILÍA
GRABANDO AL PAPA FRANCISCO
(Eucaristía de funeral, Catedral de Badajoz, 2 de mayo de 2025)
Autoridades eclesiásticas, civiles y militares, queridos sacerdotes y consagrados, hermanos y amigos todos: ¡ El Señor os dé la paz !
Quisiera comenzar estas palabras con motivo del funeral diocesano en sufragio del alma del Papa Francisco en nuestra Catedral Metropolitana de Badajoz agradeciendo la presencia de todos vosotros, así como la presencia virtual de aquellos que nos siguen por las redes sociales y cuantos habéis manifestado vuestro pésame en el libro expuesto en la recepción del Arzobispado. Gracias de corazón.
La muerte, por esperada que pueda ser, siempre nos sorprende y nos llena de tristeza. Así ha sido también la muerte de nuestro querido Papa Francisco. Todos conocíamos las condiciones de salud del Papa. Muchas veces habíamos oído de los médicos del Gemeli que su diagnóstico era muy complejo.
Todos hemos podido ver su imagen, imagen que permanecerá en nuestros ojos y en nuestros corazones por mucho tiempo, del Domingo de Pascua que podría presagiar un último próximo.
A pesar de todo ello, la noticia “el papa ha muerto” con la que nos despertamos los Lunes del Ángel, no se sorprendió, como nos había sorprendido que, a pesar de los graves problemas de salud por los que atravesaba, quisiera impartir la bendición Urbi et Orbi Domingo de Pascua desde la logia central de la Basílica de San Pedro y saludar desde el Papamóvil a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
Podemos decir que murió como había deseado: en casa, el lunes de Pascua (que es igual que decir el domingo de Pascua), después de despedirse del mundo con la bendición Urbi et Orbi , abrazando y abrazado por la multitud de la Plaza de San Pedro, para ser luego enterrado al lado del Icono de la Virgen Salus Popoli Romani , tan querida por él. Fue, por así decirlo, la última gracia que el Señor hizo a quien tanto lo amaba. DEP este servidor fiel y solícito del Evangelio.
“Pedro, ¿me amas?”, pregunta el Señor a Pedro, tal como hemos escuchado en el Evangelio escogido para esta celebración (cf. Jn 21, 15-19), y que es el mismo que el que escuchamos en los funerales del Papa que llegó del “fin del mundo”, como él mismo se presentó el día de su elección. Y todos conocemos la respuesta de Pedro. Después de algunas reticencias en la respuesta, pues era bien consciente de su debilidad y de su traición, responderá: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero! Y Jesús le confía su gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21, 15-17).
Seguro que esta misma pregunta el Señor se la hizo al Papa Francisco, y éste, desde que pensó ser sucesor de Pedro, el Papa Francisco se entregó, sin descanso a apacentar , cuidar alimentar y proteger al pueblo de Dios, como lo hace el pastor con sus ovejas (cf. Jn 10, 11-18), sabiendo que, como Jesús mismo, “no había venido para ser servicio, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” ( Mc 10, 45). Francisco, a pesar de su delicada salud, fue coherente con cuanto el Señor le pidió: entregar su vida por la Iglesia y por el pueblo a él confiado; entrega que le llevó a gastarse sin reservas a favor del pueblo santo de Dios, como lo demuestra los 47 viajes apostólicos, algunos de ellos en situaciones verdaderamente difíciles. Quienes conocimos de cerca su agenda nos parecía imposible que la pudiera llevar a cabo, y si pudo cumplirla fue porque era un hombre de profunda oración de la que sacaba la fuerza necesaria para su ministerio petrino, y porque ejercía de Papa como vocación y misión, y no como privilegio o como un simple funcionario.
Sostenido por la gracia resultó ser un Pastor con “olor a oveja”, un Papá en medio de la gente, con un corazón grande como el mundo. Habiendo elegido el nombre de Francisco elegía, y de ello era bien consciente, como me manifestó alguna vez, prestar atención desde un principio a los más pobres y vulnerables de nuestra sociedad. Son innumerables sus gestos y sus exhortaciones en favor de los refugiados y desplazados. En este sentido cómo no recordar que su primer viaje fue a Lampedusa, y como no recordar también su viaje a Lesbos o la celebración de la Eucaristía en la frontera entre México y Estados Unidos. Para Francisco los pobres estuvieron siempre en el centro de su magisterio y frente a la que llamó “cultura del descarte”, habló siempre, principalmente en Fratelli tutti , de la cultura del encuentro y de la solidaridad, así como de la fraternidad universal, ya que todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos.
Por otra parte, el papá Francisco puso siempre en el centro a Jesús. “Nada fuera del Señor, nada lejos del Señor”, decían hablando a los sacerdotes y consagrados en su viaje apostólico a Hungría. En su magisterio invitó muchas veces “frecuentar el futuro”, posible solo mirando a Cristo, nuestro futuro . Mirando a él y solo mirando a él, “Alfa y Omega” ( Ap 1, 8), “el Primero y el Último” ( Ap 1, 17), la Iglesia podrá mirar las tormentas que afectan a nuestro mundo ya la misma Iglesia, con una mirada que no cede a la resignación y que no pierde de vista la centralidad de la Pascua: Cristo resucitado, centro de la historia, es el futuro.
La vida cristiana, como la misma vida de la Iglesia, marcadas por la fragilidad, está puesta firmemente en manos del Señor. Si nosotros cristianos olvidamos esto, entonces buscaremos medios e instrumentos humanos para defendernos del mundo, encerrándonos en nuestros confortables y tranquilos oasis religiosos, o, por el contrario, nos adaptaremos a los vientos cambiantes de la mundanidad , dejando de ser luz y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16). Ante esta doble tentación, el Papa Francisco no dejó de invitarnos con fuerza a volver a Cristo para no encerrarnos en nuestros “invernaderos” religiosos ni para caer en la mundanidad, “que es lo peor que le puede pasar a la Iglesia: una Iglesia mundana” (Homilía a los sacerdotes y consagrados en su viaje apostólico a Hungría). Los cristianos no podemos caer en la tentación de una lectura catastrofista de la historia presente que aleja el derrotismo, ni podemos correr el riesgo de una lectura ingenua de la propia época, que nos llevaría a caer en la comodidad del conformismo mundano. En repetidas ocasiones el Papa nos invitó a preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa Jesús en mi vida? Pongámonos hoy esta misma pregunta.
El Papa Francisco también puso siempre en el centro al Evangelio. Para él, el Evangelio debía ser el “vademécum” de todo creyente. El Evangelio, siguiendo a San Francisco de Asís, no era para el Papa una ideología, sino una forma de vida. Sí es que Jesús no es una idea, sino una persona. Así el Evangelio no es una ideología, que no haría sino matar el corazón mismo del Evangelio, como decía en Gaudete et exultate (cf. ns. 100-104), sino una vida: primero la vida de Jesús, el Evangelio es Jesús mismo, luego la vida del que quiera ser su discípulo.
Y porque es Jesús mismo, el Evangelio debe iluminar la vida y la vida proyectar luz sobre el Evangelio. Solo así los desafíos que nos presenta la vida podrán representar oportunidades y no solo dificultades, y podrán entrar en diálogo con el Evangelio, y, al mismo tiempo, impulsarnos a buscar nuevos caminos, instrumentos y lenguajes para la trasmisión de la fe. Anclados en el Evangelio, la Iglesia podrá entrar en diálogo con las situaciones de hoy y escuchar las preguntas y los retos que nos llegan de nuestro mundo, sin miedo ni rigidez, con una mirada y un enfoque misericordioso y compasivo, lleno de ternura, según el estilo de Dios.
Solo si estamos anclados en Jesús y en el Evangelio podremos trasmitir el consuelo del Señor en las situaciones de dolor y pobreza del mundo. Solo si la Iglesia está anclada en Jesús y en el Evangelio será una Iglesia capaz de escuchar recíproca, de diálogo, de atención a los más débiles, una Iglesia acogedora para con todos, una Iglesia valiente para llevar a cada uno la profecía del Evangelio. Solo si estamos anclados en Jesús y en el Evangelio, siendo hombres y mujeres de oración, pues el futuro depende de ello, nunca nos dejaremos vencer por el cansancio interior, que lleva a la mediocridad y podremos seguir adelante con alegría, viviendo el Evangelio con pasión, la pasión propia de los enamorados.
Queridos hermanos y hermanas: Estamos aquí para orar por el Papa Francisco, pero no olvidemos de orar por la Iglesia que se prepara a acoger un nuevo sucesor del Apóstol Pedro. Que el Señor conceda el descanso eterno a nuestro amado Papa Francisco y, por intercesión de la Virgen de la cual Francisco era tan devoto, conceda a la Iglesia un nuevo Pastor según el corazón de Cristo.
Fiat, fiat, amén, amén.