En la madrugada del sábado 25 de marzo al domingo 26, los relojes deberán ser adelantados una hora. Así, a las 02:00 serán las 03:00 (una hora menos en Canarias). Eso quiere decir que el tiempo dedicado al descanso nocturno ese día pierde una hora, que se gana por la tarde en forma de más tiempo de luz natural y posibilidad de actividades al aire libre.

El cambio de horario, tal como se conoce en la actualidad, se remonta a la década de los 70, cuando se produjo la primera crisis del petróleo. Entonces, algunos países decidieron adelantar sus relojes para aprovechar mejor la luz solar.
No obstante, los orígenes del ‘horario de verano’ (o DST ‘Daylight saving time’, por sus siglas en ingles) se remontan mucho más atrás y hay historiadores que recuerdan que las clepsidras o reloj de agua de los romanos tenían diferentes escalas en función del mes del año que fuera.

Así, en la latitud de Roma, la tercera hora tras el amanecer, la hora tertia, empezaba (usando el horario moderno) a las 09:02 y duraba 44 minutos en el solsticio de invierno, pero en el de verano comenzaba a las 06:58 y duraba 75 minutos, según relata el historiador Jérôme Carcopino.

Mucho más cercano, otro de los antecedentes del moderno horario de verano se remonta al 30 de abril de 1916, cuando, en mitad de la Primera Guerra Mundial, el gobierno alemán decidió que todos los relojes se adelantaran una hora para reducir el uso de luz artificial y ahorrar energía.