Este fin de semana ha tenido lugar el cierre de la tercera edición del Observatorio de lo Invisible en el Monasterio de Guadalupe, de la mano de un concierto de música clásica a cargo de Ignacio Yepes, profesor del taller de música. Para esta ocasión, Yepes escogió el Magnificat de Vivaldi y lo representó junto a sus alumnos en la iglesia desacralizada del monasterio.
Sin duda, fue una semana de mucha intensidad artística y espiritual en la que tanto asistentes como profesores, pudieron experimentar desde sus disciplinas y el cruce con otras, la magia de la creación y la inspiración colectiva.
A lo largo de esta semana, Antonio Ruz ha llevado a cabo el taller “Danzar la luz” junto a once estudiantes de distintas trayectorias en las artes escénicas. El único requisito fue tener “ganas de investigar e indagar en las infinitas posibilidades del movimiento del cuerpo en acción en relación con otros y con el espacio”. De esta manera, tanto Antonio Ruz como los estudiantes han trabajado de manera conjunta en la experimentación de los diversos espacios del Monasterio, a través del cuerpo y sus posibilidades.
La idea de Antonio Ruz para esta ocasión fue tomar dos grandes elementos del culto católico, la luz y su arquitectura, para ponerlos al servicio de la creación artística. Tal como sostiene el bailarín: “La danza no debe limitarse al espacio escénico sino que debe dialogar con la arquitectura y fisonomía de otros lugares, cambiando la percepción del hecho coreográfico, permitiendo así que otros públicos la descubran y accedan a ella. La relación de la arquitectura, la luz y el sonido con el movimiento es muy diferente a la que estamos acostumbrados en un escenario”.
Entre las actividades del taller de danza, destaca la velada en la que participaron junto a dibujantes y pintores en una jam session que comenzó en los balcones del claustro gótico y culminó en el centro del mismo. Además, este taller ha servido de objeto de estudio para los estudiantes de dibujo, pintura y fotografía que tomaron como inspiración sus movimientos a través del espacio para la creación de imágenes de todo tipo. Sobre estas experiencias transdisciplinares, dice Antonio Ruz: “Ha sido muy importante para el taller de danza, un antes y un después. Fue muy importante tener a pintores y dibujantes inspirándose de la energía de los cuerpos. (Los bailarines) estaban muy agradecidos de tener una mirada externa de otra disciplina”.
Si bien muchos participantes eran profesionales, había otros que estaban dando sus primeros pasos en la danza y sobre esto, Ruz sostiene que lo importante es escuchar al grupo y permitir que cada uno use su esencia y su aprendizaje. El eje estaba puesto en el encuentro y el diálogo entre artistas.
También fue posible vivir una experiencia inolvidable en el claustro mudéjar, normalmente cerrado al público. Los asistentes se distribuyeron en todo el perímetro del segundo piso para vivir la performance que comenzó con un grupo de bailarines en torno a la fuente central y continuó su recorrido en el corredor del primer piso. Antonio Ruz además deleitó a su público con su sorprendente voz, acompañado de una violinista que fue llevada a hombros en una singular procesión en la que participó todo el público.
Lo que más destaca del OI, además de su entorno, contexto y organización, es la mezcla entre familiaridad y profesionalidad que hace que estemos tan cómodos. “Me llevo un encuentro no solo artístico, sino sobre todo con personas”.