Son Belén, Luna, Blas o Miriam, aunque sólo los dos últimos nombres son reales. Vivieron episodios de violencia de género en su infancia, sobre ellos y sobre sus madres. Hoy denuncian que sus voces no han sido escuchadas ni tenidas en cuenta en los procesos judiciales.
El asesinato de las pequeñas Elisa y Larisa, en Abla, Almería, a manos de su padre en un nuevo crimen de violencia vicaria, aquella que se ejerce sobre un menor para dañar a su madre, ha vuelto a conmocionar a la sociedad. Son ya cuatro los asesinatos de este tipo cometidos este año, tras el perpetrado en Barcelona el 8 de enero por un padre que asesinó a sus dos hijos de 7 y 10 años. Desde 2013, año en que empezaron a registrarse las estadísticas, son 54 los niños asesinados.
Una campaña en redes sociales, que denuncia la violencia de género institucional, comienza hoy a difundir el testimonio de esos niños, algunos ya adultos, a los que una infancia en manos de un maltratador marcó de por vida. Reprochan a los órganos judiciales, a las instituciones y a los servicios psicosociales que no hayan tenido en cuenta su voz y con ello que les hayan dejado desprotegidos. Aunque también hay mensajes para algunos profesionales que les dieron en su momento herramientas para superar lo vivido.
Varios de los relatos son el testimonio directo de víctimas mayores de edad en la actualidad y cuyos procesos en la justicia están cerrados tras años de litigio. Otros casos han sido documentados y cambiados los nombres o datos concretos, bien porque se trata de menores de edad o porque sus procesos judiciales siguen abiertos y es preciso preservar su identidad.
Estos son algunos de los testimonios
Luna: «Mientras ustedes conversaban relajadamente en aquella sala fría, yo me sentía sola en medio de personas adultas, ajenas a mi dolor, y muerta de miedo. Lo único que podía hacer era agarrarme a un rotulador y llenar folios y folios. Aún conservo algunos de esos dibujos, con monstruos, personas sin cabeza, una niña llorando, sangre, junto a frases como no me gusta, me siento mal, déjame ir… En ellos está el reflejo más duro de todas las brutalidades que yo vivía. Me cuesta entender que ninguno de ustedes pudiera verlo. Me habría gustado que aquellos dibujos sirvieran de prueba de la verdad, y que me hubieran protegido».
Blas: «Sentía dolor en el pecho, no podía respirar y mi pediatra diagnosticó que no era daño físico sino emocional. Mi nombre es Blas y este audio es para ti que fuiste mi psicóloga durante un año y medio. Tenía doce años, vivencias duras y mucho temor. También quería doblegar la voluntad de mi madre y hacerle daño. Eso lo había aprendido de mi padre, condenado a 14 años de prisión por violencia de género. Gracias a ti pude generar estrategias para modificar mis conductas violentas y gestionar la ira. Me diste herramientas para guardar recuerdos preciosos y de supervivencia de mi infancia. Tú has sido una pieza fundamental en mi recuperación y en mi toma de conciencia sobre lo que hacía. Gracias a eso hoy puedo tener una vida adulta plena y feliz. Gracias».
Miriam: «Señora jueza, desde que tengo uso de razón llevo diciendo que no quiero ver al hombre al que ustedes llamaban mi padre. Mi madre se separó de él por malos tratos cuando yo sólo tenía 5 meses, pero ni la condena a 21 meses de prisión por maltrato hacia ella ni el miedo y el rechazo que yo sentía fueron motivo suficiente para mantenerme lejos y a salvo de él. La justicia trató a mi madre como una delincuente y le quitaron mi custodia para dársela a él. A ella la acusaban de haber incumplido las visitas. Mi madre siempre intentó protegerme y nuestro vínculo de amor ha sido un pilar importantísimo en mi vida. Ahora me toca a mí luchar en su nombre, usar mi voz, hasta ahora silenciada, para pedir que cese la tortura institucional a la que llevamos sometidas más de 20 años».
La iniciativa, que se lanza en la víspera del III Encuentro sobre Violencia Vicaria y Violencia de Género Institucional, difunde testimonios en primera persona de menores que han sufrido este tipo de violencia pero que no han sido oídos por la Justicia o por los sistemas de protección. El objetivo del Encuentro es acordar medidas concretas y efectivas para erradicar la violencia vicaria y la violencia de género institucional que se ejerce sobre la infancia y sobre las madres por no creer o escuchar sus testimonios.