Hace cinco años el Gobierno decretaba el estado de alarma y el confinamiento obligatorio para frenar una epidemia que amenazaba con colapsar el país. El Sars-Cov 2, el virus Covid, dejó en España más de 120.000 muertos y siete millones de contagiados. Muchos de ellos vivieron entre la vida y la muerte en una Unidad de Cuidados Intensivos. Esta es la historia de Luis, uno de ellos. Y de quienes le cuidaron.

Se le iluminan a Luis los ojos claros al pensar que sigue vivo, igual que se le ensombrecen al notar los achaques pegajosos que le ha dejado el covid o se le llenan de lágrimas cuando escucha a Rosa, su mujer, contar el miedo de aquellos 78 días que pasó en coma en una cama de UCI del Hospital Clínico de Madrid.

 

El virus se lo puso muy difícil a todo el personal de intensivos aquellos días. «Cada sitio, cada espacio que veíamos que se podía habilitar para atender a pacientes graves se convirtió en una unidad de intensivos. Una capacidad de 38 camas se multiplicó hasta las cien», recuerda el médico intensivista Fernando Martínez Sagasti.

Si pasada una hora no me habían llamado, sabía que teníamos un día más
«Y luego estaba el miedo -rememora José Antonio Espin, supervisor de la UCI del Hospital Clínico en 2020- miedo de llevarlo a casa, de contagiar. Yo no quería entrar en contacto con nadie. El hospital era un reducto donde todos éramos iguales, donde nos comprendíamos. Creo que, si nos hubiesen planteado quedarnos a dormir, muchos hubiéramos aceptado».

Luis se contagió pasada la terrible primera ola, cuando parecía que ya todo iba mejor. No se acuerda, porque estaba sedado, en coma inducido, pero pasó por todas las fases de los pacientes covid: atendido boca abajo en su cama de hospital, intubado, ventilado… con él tuvieron que emplear hasta un ECMO, un equipo de oxigenación extracorpórea. Con él tuvieron miedo. «Mi angustia era que por favor no me llamen más -explica su mujer, Rosa, oscureciendo el gesto- porque sabía que si me volvían a llamar era por un empeoramiento o un fallecimiento. Cuando pasaba cierta hora me decía, no me van a llamar, hoy es un día más, un día de esperanza.

Luis y Rosa se deshacen en elogios para el equipo médico que le atendió aquellos casi tres meses. «Hacíamos una videollamada cada día, recuerda el doctor Martínez- para que pudiera ver a Luis con la cámara y quitarle así un poco de tensión a lo que ella estaba viviendo».

«No fue fácil -prosigue- lo pasamos mal muchas veces porque como con Luis, nos pasó con muchos pacientes, con madres o padres de médicos y enfermeros del hospital con los que todos los días nos vemos, con los que somos amigos, con los que tomamos un café. Ponían toda su ilusión y toda su esperanza en que nosotros sacáramos a sus familiares adelante. Y a veces, y a veces no se pudo hacer»

Todos cuantos trabajaron aquellos días en la Unidad de Cuidados Intensivos conservan los recuerdos encapsulados, como cristalizados en el tiempo. «Entrábamos a las salas empoderados diciendo venga un día más – explica Andrea, una de las enfermeras de UCI que atendió a Luis- en el equipo había mucho sentimiento, mucha energía positiva en todo el mundo. Se respiraba mucho compañerismo y también con las familias, sobre todo cuando una historia salía bien, que por desgracia no todas salieron bien. Todavía hoy algunas personas nos mandan fotos o mandan un recuerdo en Navidades»

Además de recuerdos, a Luis le quedan secuelas. «Muchas, muchas -resopla- la más incapacitante es la fatiga. Es muy duro levantarse de la cama cansado ya. Y no es un problema de dormir, es un problema muscular, es un problema de agotamiento. La poca actividad o mucha actividad que vaya a hacer la tengo que hacer por la mañana porque por la tarde no puedo ir a ningún sitio». En su agenda no caben más revisiones de especialista. «Me llevan en Neurología, en la unidad del dolor, en Digestivo, en Pediatría -enumera- tengo dolores que aparecen un día en un sitio y otro en otro, parestesias, falta de sensibilidad en los dedos…».

La vida cambia, no puedes hacer nada como lo hacías
Es el recuerdo que el virus ha dejado en su vida, esos achaques pegajosos que le enturbian los ojos claros. «Después de esto -explica- la vida cambia completamente. No puedes hacer nada como lo hacías. Tienes que volver a aprender. Tuve que aprender a andar. Tuve que aprender a escribir. En algún lugar de la UCI se quedó mi inglés, porque yo ingresé hablando inglés y salí sin poder decir una palabra».

«Cosas del Covid -cierra el doctor Martínez- o de los sedantes, quién sabe».