Fco. Javier Rodríguez Viñuelas, cronista Oficial de Bienvenida,  ha recordado en Onda Cero la curiosa historia de una congregación de monjas de Usagre que acabó huyendo a Bienvenida.

El pasado domingo 22 de octubre se cumplían 300 años de un curioso suceso que debió ser durante mucho tiempo la comidilla de la baja Extremadura, sobre todo, en aquel año de 1723.
Las monjas concepcionistas del convento de Usagre (fundado en 1509 y que ya había soportado las carestías de la peste de los años que siguieron a 1530), se venían quejando de la grave situación por la que pasaban, pues el cenobio se encontraba a las afueras de Usagre y habían sufrido varios robos. Además, se situaba cerca de la Rivera de Usagre, cuyas aguas estaban contaminadas por la cercanía de las minas de mercurio y estaban infestadas del mosquito que producía las fiebres palúdicas o malaria, por lo que muchas de las religiosas enfermaban. A todo esto, se unían ciertas desavenencias con personas y autoridades del municipio.

Tras enviar Doña María de Santa Rosa, la madre abadesa, una nota en secreto al párroco de Puebla de Sancho Pérez que se encontraba en Usagre fortuitamente, éste visitó el convento para persuadirla de sus escandalosas intenciones. En la entrevista ésta le espetó que con su compañía o sin ella pretendía llevar a la congregación a Bienvenida, si se negaba, ellas mismas portarían la custodia del Santísimo. Ante tal rotundidad de la propuesta, el sacerdote claudicó.
Acto seguido, desafiando todo, a las dos de la madrugada de ese día, abrieron las puertas de la iglesia (probablemente hoy la ermita del Cristo de la Piedad), las quince monjas se colocaron
en dos filas, cubiertas con el velo y cada una con una vela en la mano, salieron hacia Bienvenida con el mayor sigilo, recitando los salmos penitenciales. Abriendo la procesión, la abadesa con la cruz alzada y cerrándola el sacerdote con la custodia en la mano. Perplejo se debió quedar cualquiera que se encontrara aquella noche con esta estampa por los caminos, pero más perpleja quedaría la población de Bienvenida cuando entre el revuelo de campanas repicando y movimiento de autoridades civiles y eclesiásticas del municipio, vieron entrar a las monjas en la Casa de la Encomienda de la Orden de Santiago (actual Ayuntamiento) a las seis y media de la mañana.

Desafiando a toda la jerarquía eclesiástica (escandalizada por tales hechos y que amenazó hasta con la excomunión) que incluso se desplazó hasta Bienvenida para solucionar el caso y persuadirlas para el retorno a Usagre, la Reverenda Señora María de Santa Rosa, que debió ser una mujer de armas tomar, permaneció con su congregación hasta más de dos años en las dependencias de la Casa de la Encomienda. Desde el mismo día de la llegada ya había
desplegado sus dotes políticas para conseguir limosnas con las que construir un convento en Bienvenida, al que se mudarían en torno a 1725. No le faltó tenacidad incluso para pleitear con el concejo de Usagre, que les negó las rentas del antiguo convento al haberlo abandonado, pleito del que salió triunfante.

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